26/08/2017 La Mili - Una experiencia que ayuda a amar aun más la paz y la libertad y que afianza los vínculos de amistad y camaradería.
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Echaba de menos las montañas, las calles arboladas, el perfume de azahares y jazmines, las voces amables de los provincianos, las silenciosas siestas, los cielos despejados los grandes espacios abiertos, incluso el hollín y las volutas de humo blanco de las humeantes chimeneas de los ingenios azucareros.
Si bien en esta desconocida cuidad tenía al tío Janus [padrino mío y hermano de mi padre ], a su hermosa familia, a la tía Cinke, a Zsuzsi, a mi amiga Irene Prado y a sus dos maravillosas hijas Cinthia y Adriana, a la familia de Roberto Hasselman [Jefe de Personal de GMA], a su hija Mara y a la hermana de Roberto y a su esposo que me acogieron en su casa de la calle Carabobo al 600 en Flores, a Inés de la pensión donde tuve que ir luego y que no recuerdo su apellido y alguno que otro buen/a compañero. A pesar de tanta compañía me sentía sola, perdida, abrumada, desconcertada, triste ...melancólica. Y lo extraño es que yo estaba viviendo en la gran urbe, porque ese había sido mi sueño, mi gran sueño durante años, era mi elección, mi meta. Nadie me había obligado a estar allí y sin embargo un gran vacío ocupaba mi interior robándome la alegría, el entusiasmo.
